Antes y después del covid 19

(Imagen: premium de Freepik)

  • Selva Morey
  • Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP
  • selvamorey75@gmail.com

A lo largo de la historia han sido infinitas las epidemias y pandemias sufridas por la humanidad. La Biblia nos informa de las plagas, que en definitiva son las epidemias que el mundo ha sufrido en respuesta del castigo divino por las malas acciones de los hombres. Muchas han sido las pérdidas humanas: la peste, enfermedad milenaria por antonomasia; la lepra, la viruela, la malaria, etcétera, que siglos atrás asoló a Europa, unido a los conflictos y al hambre, que hoy son réplicas de la pobreza del Tercer Mundo. El acceso fronterizo de la modernidad, por razones de conectividad para apoyar a la economía de los países, como concepción de magnífica oportunidad para solucionar la economía mundial, con la inclusión del comercio a niveles macro; ha generado la dicotomía que en todo suele presentarse, nos ha dado la doble enseñanza de lo bueno y malo que traen estos lúcidos aportes en el devenir de la historia de las ciudades y el mundo. Lo bueno de los viajes y migraciones por múltiples razones, fundamentalmente para acceder a otras oportunidades de desarrollo, de crecimiento se convirtieron en las puertas de ingreso de los agentes dañinos que han atacado vertiginosa y ferozmente agresivas a las comunidades del mundo cuyas consecuencias letales estamos todavía viviendo y vuelven a estar presentes en nuestro ambiente a pesar de los grandes avances científicos del siglo pasado. Entonces, es viable que en los tiempos que corren, una epidemia tiene mayor facilidad de convertirse en una pandemia, dada la rapidez de las comunicaciones e intercambios comerciales.

La gripe ─enfermedad vírica─ como se sabe, produce más de tres pandemias por siglo, no todas con la misma virulencia, y así ha ocurrido en 1918 la conocida por gripe española coincidiendo con la I Guerra Mundial y la mayor pandemia de hambre del continente europeo. Otras en los años 30 y la década de los 60-70. La experiencia mundial que se ha vivido con la última pandemia: el coronavirus, ha diezmado poblaciones deprimidas, personas con salud en detrimento o con enfermedades preexistentes; además, con casi nula atención gubernamental en previsión de la salud lo que, en Latinoamérica es cosa común. Su presencia anunciada constituyó una experiencia inverosímil en las comunidades acostumbradas a vivir con gran libertad e independencia cuando tuvo que confinarse por meses, para evitar contagios y salvar la vida; nunca antes se había pensado que la ciencia adelantada en sus investigaciones y conocimiento podría ser rebasada por esta enfermedad que fue sumamente mortífera, a la manera de un verdadero genocidio por un enemigo invisible, dejando sin piso el lema que la OMS esgrimiera para su trabajo a inicios de siglo: "Salud para todos en el año dos mil".

La realidad de esta pandemia es que ha puesto de manifiesto muchos aspectos importantes: buenas y malas como: la inoperancia de los gobiernos; la falta de previsión en materia de salud pública con la provisión necesaria a los centros de salud, con equipamiento de máquinas y recursos ad hoc. La ignorancia de gran parte de pobladores que no tiene posibilidades para acceder a la educación que lo mantiene en un nivel básico de supervivencia y, desconocimiento de lo elemental e imprescindible para preservar la salud y la vida. La total irresponsabilidad atentatoria de su propia salud, al desconocer y rechazar indicaciones de emergencia. La ignorancia del valor nutritivo de su alimentación, la necesidad de vitaminas, proteínas, frutas y verduras que lo protejan contra las enfermedades o, por último, sea una barrera que impida el ingreso de virus, bacterias y otros, con sus letales consecuencias; además, la necesidad de una vida empática con sus congéneres y descanso conveniente que lo mantenga con buen estado de ánimo y fortaleza; sin descuidar el otro aspecto también importante que procura tranquilidad y paz, el hábito espiritual de orar y reflexionar sobre los actos personales.

El hombre amazónico, por el destino que le cupo vivir, aislado en el entorno nacional, a pesar de ser posesor del 60% de su espacio geográfico, nunca esperó mucho de la oligarquía nacional, desde siempre conoció las bondades de la naturaleza y el poder de su flora y fauna. También las epidemias lo asolaron cuando la malaria, la leishmaniasis, el cólera, diezmaba poblaciones y no había postas médicas, ni médicos, solo “curiosos” que sabían o intuían el valor medicinal de las plantas y la grasa de los animales. Las comunidades indígenas jamás conocieron a un galeno o médico citadino; el apu, el chamán, el curandero, tenían la misión de curar a los miembros de su comunidad. Sin embargo, esta “enfermedad” que ha sido, al decir de gran parte de la población, creada en un laboratorio por los grandes intereses económicos para reactivar sus empresas, ha sobrepasado el conocimiento ancestral de nuestros coterráneos. También en las ciudades amazónicas, tales los fundamentos expuestos, el poblador se cura con el conocimiento heredado de sus ancestros, además de ser una persona orgullosa de su estirpe, de su lugar de origen, toma la iniciativa de automedicarse con lo que conoce.

En esta ocasión, he podido observar la lucha frontal, desigual, que se armó en contra del covid 19. Era un albur la medicación que se indicaba en los lugares de atención, tal parecía que los médicos tentaban qué debían recetar. No había un protocolo que indicara los pasos, la medicación y los cuidados para este mal, como con otras enfermedades igual de peligrosas y letales. Porque, supongo fuera así, como no era un virus normal, sino una manipulación en laboratorio el alivio estaba en razón directa con la mayor o menor calidad del sistema inmunitario de cada organismo. Así, unos reaccionaban prontamente; otros, en cambio demoraban ante las pruebas con medicación diferente. Muchos murieron a pesar de estar medicados y atendidos. Un componente más que jugó en contra de la vida, es el miedo, que hasta ahora persiste, de ser contagiado y no correr con suerte; aunque ya con la experiencia ganada en estos meses que serán de terrible recordación, no debería existir la psicosis inicial; de alguna manera se han identificado algunos medicamentos que sí son efectivos en esta guerra viral.

Nada será, en adelante, como era hasta antes de marzo 2020; la vida ha dado un giro de 360°, al punto que aprendimos con un plazo de ayer, todo lo que ahora debemos practicar y formar hábitos que tendrán que ser obligatorios porque afectan la vida y la salud. La higiene da su primer testimonio: las mascarillas ya forman parte del atuendo diario; lavarse las manos continuamente, no formar parte de tumultos, ni acercarse mucho a nuestros pares; recogerse temprano; no podrá haber acceso a las casas sin antes pasar por una exhaustiva limpieza con alcohol y detergentes. Las obligaciones de trabajo administrativo, docente, etc., se realizan ya con el apoyo de las TIC y plataformas tecnológicas, aprendidas con la celeridad que el tiempo amerita por los plazos que no se han modificado para el estudio y el trabajo. Aún hay mucho por decir acerca de esta pandemia como cambios imprescindibles para continuar con la vida.